La presencia de cinco destacados mediadores internacionales, expertos en procesos de paz, en Bilbao a mediados de febrero, ha pasado sin pena ni gloria. Pese a algunas portadas de prensa escrita y las esperanzas de izquierda abertzale, el denominado Grupo Internacional de Contacto (GIC) ha visitado la capital vizcaína sin encontrar el apoyo mediático y, lo que se más importante, sin dinero para la gasolina de su «facilitación».
Salvo el corto colchón económico de Lokarri, la red social de Paul Ríos, y después de perder el apoyo de la fundación británica Joseph Rowntree Charitable Trust, el equipo del abogado sudafricano Brian Currín tocó varias puertas en busca de una cobertura económica para seguir trabajando por la paz. Sin éxito.
El rechazo del Gobierno español y vasco, la firme actitud del PNV y el origen de la mediación -al fin y al cabo, fue ETA quien solicitó los servicios- han quitado argumentos a esta buena acción.
Además, otros relevantes actores de la pacificación como el gobierno noruego y la comunidad de San Egidio, que participó en 2006, están por el momento al margen de cualquier negociación con ETA.
Por ello habrá que esperar a este mes de marzo, cuando el GIC vuelva al País Vasco y se despeje la vía legal de Sortu, formación política con estatutos pero sin página web (¿?).
Hasta entonces nos quedamos con el documental «Pluja seca» de Gorka Espiau, emitido a principios de febrero por TV3, centrado en las figuras de este grupo -superCurrín- y en la asimilación del País Vasco con los procesos de paz de Irlanda y Sudáfrica.
Además de contener entrevistas de interés con reconocidos «pacificadores», uno se sorprende de la ingenuidad de su discurso pacifista a lo Lennon -las víctimas no salen- y de la ausencia de pintadas en las calles de Euskadi. Y, por supuesto, de la pasta que tuvo que costar el docu-drama.
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