España y sus fantasmas. En 1975, el Rey Juan Carlos -todavía era Príncipe- viajó al Sahara Occidental para cerrar un capítulo colonial y retirar a las tropas un territorio que nunca fue nuestro pero tampoco del Reino de Marruecos.
Los saharauis quedaron a la merced de la geopolítica internacional; es decir, bajo el control del Gobierno de Rabat y el apoyo interesado de la nomenclatura política argelina.
Treinta y cinco años después del abandono español, surge un símbolo que pone en entredicho las actitudes y sinrazones de la estrategia política. Aminetu Haidar puede convertirse en «aguas de marzo«(es probable su traslado a un campamento saharaui en Argelia en breve plazo), pero, por fin, se ha puesto rostro a una reivindicación que, quizá no nos guste, pero que muestra la dignidad que este país no ha tenido con sus hijos del desierto.